Me llamo Morshed Ali. Soy sirio. Cuando comenzó la guerra, tenía tan sólo 14 años. Me estaba preparando para los exámenes de escuela secundaria.
Teníamos que viajar a Alepo para presentarnos a los exámenes. El día que llegamos estaba agotado. En las primeras horas de la mañana, encontraron una bomba en la esquina de nuestra casa, pero no escuché nada porque estaba profundamente dormido.
Aunque era una situación muy difícil, durante 15 días me concentré totalmente en los estudios. También me había llevado el libro “El Alquimista” de Paulo Coelho. Cada vez que quería escapar de la realidad, lo leía.
En Siria, el sistema de examinación está estructurado así: no hay un solo examen. Hay una fecha de examen para cada materia, por ejemplo: matemática un día, biología el día siguiente e historia otro día. Los exámenes prosiguen durante 18 días. Son todos escritos, así que debes estar bien concentrado.
El examen de matemática era el que más me preocupaba, pero también la materia que más me gustaba. Mi pupitre estaba cerca de la ventana, rota, había vidrios por todas partes.
Se lo hice notar al supervisor del examen, él me contestó: “No me importa, puedes sentarte y hacer el examen o irte”.
Le dije está bien. Me quité la franela, limpié el pupitre y comencé a escribir. En ese examen obtuve una puntuación alta, así que supe que poseía los conocimientos.
Mi familia empezó a preguntar dónde iba a estudiar. Decidí ir a Turquía.
El 18 de Agosto 2014, a las 2 de la tarde, mi madre y yo pasamos la frontera hacia Turquía. Era un lunes. Nunca lo olvidaré. Ella me inscribió en cursos. Encontramos un dormitorio para mí y ella regresó a Siria después de 18 días.
Mi familia no quería dejar el país. Abandonar Siria o mudarse a otra ciudad no era una opción para ellos, aunque vivieron momentos difíciles. Creo que mis padres son como dos olivos; no pueden sobrevivir si los desarraigan.
Estaba solo y me establecí en la ciudad turca de Mersin. Estaba muy emocionado. Había tantas cosas que quería aprender, pero todavía no hablaba turco. Así que me dediqué a aprender el idioma, los dibujos animados me ayudaron.
Me concentré completamente en mis cursos, como matemática, geometría y otros para el examen de admisión a la universidad. Durante esos seis meses, si bien seguí pocos cursos de idioma, aprendí a hablar turco conversando con otras personas y leyendo.
Entonces comencé a presentarme a los exámenes y obtuve excelentes calificaciones. Una vez que fueron anunciados los resultados, entendí lo que quería. Es decir, me orienté hacia lo más leal para mí, la tierra.
Cuando era niño, acostumbraba construir casas con arcilla, piedras y agua. Pasaba el tiempo construyendo casas de uno, dos y hasta tres pisos.
Mi instinto me dijo que estudiara arquitectura, así que me inscribí en esa facultad. Les dije a mis padres que deseaba ser arquitecto, ellos no se opusieron mucho porque sabían que lo lograría.
En la actualidad, la familia y yo nos hemos dado cuenta de que estar físicamente en el mismo lugar no es necesario en absoluto. Me encanta soñar y lo hago bastante bien. Por eso, cuando los extraño, cierro los ojos y recuerdo un evento feliz y puedo revivir ese momento. A veces es agradable pero al mismo tiempo perturbador.
Entré en la Universidad Técnica Karadeniz. Algunos estudiantes me gritaban “sirio”. Pero de hecho, yo no me siento orgulloso ni tampoco no orgulloso de mi proveniencia, porque no creo que sea algo por lo cual sentirse orgulloso. Es una total coincidencia que yo haya nacido allí. He pasado la mayor parte de mi edad madura en Turquía. Siento que pertenezco aquí. Quiero dar algo a cambio a este país.
Después de graduarme, tuve que mudarme de inmediato a una ciudad grande. La primera vez me mudé a Ankara. Preparé con esmero un dosier profesional.
Me demoré casi un mes, lo preparé tomando en consideración cada detalle de mi formación y experiencia, así como mi CV. Durante ese tiempo me dediqué a perfeccionar mis competencias asistiendo a diferentes programas.
A principios de 2020 comenzó la pandemia. Justo cuando inicié a solicitar empleo, las oportunidades de trabajo disminuyeron. Había estudiado arquitectura y quería transformar la formación que amaba en una profesión.
Dado que no pude encontrar trabajo en Ankara, decidí probar suerte en Estambul. El día que llegué a Estambul, un buen amigo me envió el enlace de un Programa de Aprendizaje en el Lugar de Trabajo de la OIT, llamado İŞMEP. Gracias a este programa de la OIT, comencé a trabajar como arquitecto en la consultoría Tuana Projects.
Para un sirio, es muy difícil encontrar un empleo formal y acceder a la seguridad social. Sin embargo, gracias al programa İŞMEP, comencé a trabajar con un contrato formal. Además recibimos diversos cursos de formación que fueron muy útiles para mí.
En mi nuevo empleo como arquitecto, he trabajado en numerosos proyectos en el exterior, en particular en países de Oriente Próximo, ya sea en visualización, planificación o diseño de modelos tridimensionales.
Por ejemplo, me he ocupado de proyectos de diseño de escuelas y mezquitas, así como de centros de acogida. En lo que deseo concentrarme más es en proyectos de centros de acogida. Porque la mayor necesidad de las personas es que su alojamiento sea completamente sólido.
Así que estoy muy interesado en lo funcional. Me he concentrado más en la funcionalidad que en el diseño.
Por supuesto que durante mi búsqueda de trabajo hubo momentos en que me sentí desesperado, como cuando llegó la COVID-19. Son tantas las cosas en el mundo que nos pueden hundir pero lo que realmente importa es encontrar aspectos positivos en este caos.
Siempre he superado mi tristeza dibujando, distrayéndome, o leyendo algún libro que me inspire.
De todos los escritores turcos, mi preferido es Sabahattin Ali. Hasta puede que sea mi escritor número 1. Uno de sus libros me emocionó mucho. Su título es "El demonio que hay en nosotros” (İçimizdeki Şeytan).
El personaje de Ömer me impresionó profundamente. En el libro, cita un proverbio que nunca olvidaré. Lo repito cada día, cada vez que me siento triste: “¡No hay un demonio dentro de nosotros! Somos débiles dentro, nos falta voluntad”.
Así que en vez de desesperar, pensé ¿Qué es lo que puedo hacer para encontrar un empleo?
Participé en programas, perfeccioné el turco e intenté mejorar mi inglés, que también es un idioma nuevo para mí. Hasta comencé a estudiar un poco de francés. Me gusta superarme constantemente.
Las cosas buenas eventualmente de alguna manera llegan, cuando crees en ellas.