Voices
Perspectivas sobre el mundo del trabajo
Foto: Chalinee Thirasupa
Migración laboral

Defendemos nuestros derechos laborales

Cuando tenía 8 años, mi madre, mis dos hermanas y yo tuvimos que huir de Myanmar a pie hasta Tailandia, a través de las montañas.

Al igual que muchas familias, dejamos el estado de Shan en Myanmar para escapar de los combates entre el ejército de ese estado y los militares birmanos.

Mapa de la historia de Sai Sai versión en español.

Los límites indicados no implican la aprobación o aceptación por parte de la OIT.

© ILO/OIT

Cruzamos a la provincia de Chiang Mai, en Tailandia. Allí teníamos parientes que trabajaban en una plantación de naranjas. Comparado con la vida en Myanmar, nos sentíamos seguros. No había bombas ni disparos. Nadie nos asesinaba.

En Tailandia no fui a la escuela. Tuve que cuidar de otros niños y de la vaca de la de la explotación agrícola para ayudar a mi madre, que trabajaba recogiendo naranjas.

Cuando tenía 13 años comencé a trabajar en la plantación de naranjas. Lo hacía de las 7 de la mañana a las 5 de la tarde, con una hora de descanso para almorzar.

Pero los jefes nos explotaban y abusaban. En una ocasión los gerentes golpearon en grupo a un trabajador al que habían sorprendido durmiendo en el trabajo. Me quedé allí de pie, mirando, junto con un centenar de personas. Nadie hizo nada. Ni dijo nada.

Por entonces nadie tenía permiso de trabajo, ni ningún documento identificativo. Los trabajadores agrícolas tenían miedo y no se atrevían a hablar con la policía. Los gerentes nos intimidaban diciendo que no nos pagarían el sueldo, que nos despedirían y que pedirían a la policía que nos arrestara.

Pronto empecé a cuestionar el trato que se nos daba. ¿Cómo la gente puede pegar a alguien de esta manera? Me sentí mal.

Sai Sai coloca ladrillos en una obra. La estructura metálica del tejado está en el fondo.

Fui a la ciudad de Chiang Mai a trabajar en el sector de la construcción con 16 años, y vivo allí desde entonces.

© ILO/OIT/Chalinee Thirasupa

Cuando tenía unos 16 años, decidí ir a la ciudad de Chiang Mai a trabajar en la construcción. Al principio trabajé montando muebles y pintando. El trabajo me ayudó a aprender cosas y a adquirir los conocimientos de otros trabajadores del sector. Obtuve un permiso de trabajo.

En aquella época aún teníamos problemas con los salarios. Por ejemplo, las horas extras no se pagaban conforme a lo estipulado en la legislación. Pero yo no conocía la legislación. Me explotaban y mis amigos también sufrían abusos en el trabajo. Sabía que no estaba bien. Decidí ponerme en contacto con expertos en derechos laborales, lo que me permitió saber de una organización denominada Fundación MAP.

A través de esta fundación aprendí sobre derechos laborales. Esto me permitió constatar que los trabajadores migrantes, incluido yo mismo, habíamos sido víctimas de varias formas de explotación. Por ejemplo, no nos pagaban la tarifa reglamentaria. Nos obligaban a trabajar a diario, sin un solo día de descanso. Al trabajar en días festivos, no nos pagaban el doble. Y los empresarios se llevaban los documentos de los trabajadores.

Cuando aprendí sobre los derechos laborales, me di cuenta de que los trabajadores migrantes, incluido yo mismo, habíamos sido explotados.

Sai SaiTrabajador migrante de la construcción

Además, según la ley, los trabajadores migrantes no pueden realizar trabajos de construcción especializados. Si las autoridades encontraban a trabajadores migrantes realizando ese tipo de trabajos, los detenían, multaban o deportaban. Nuestra situación era compleja, pues los empleadores no contrataban a trabajadores para realizar trabajos de construcción específicos, sino a una sola cuadrilla que hiciera todo el trabajo. No hay tailandeses que realicen los trabajos de construcción que nosotros hacemos, pues sólo los hacen trabajadores migrantes. Trabajamos en todo, desde el principio hasta el final, ocupándonos de las estructuras, el enlucido, los techos, tareas de soldadura, etc. Gran parte era un trabajo cualificado, pero no teníamos otra opción y teníamos que seguir adelante. Temíamos todo el tiempo que las autoridades nos encontraran.

Hablé con la Fundación MAP. Nos ayudaron a organizar un grupo de trabajadores migrantes llamado "Solidaridad" y, con esta fundación y otras redes profesionales, presionamos para que se modificara la legislación. Formé parte del grupo que presentó nuestra petición al gobernador provincial.

Me alegré mucho cuando la legislación se modificó. Vimos que las cosas podían cambiar realmente. Siempre y cuando se renueve nuestro permiso de trabajo, podemos trabajar todo lo que queramos. No debemos temer a nada. Tenemos derecho a trabajar.

Sai Sai se sienta junto a otras personas en la parte trasera de una camioneta.

Tomando un ascensor para ir al trabajo.

© ILO/OIT/Chalinee Thirasupa

Deseo que cambien muchas más cosas. Por ejemplo, algunos trabajadores migrantes no pueden obtener un permiso de conducir.

El gobierno nos llama trabajadores extranjeros. Al llamarnos así, es como si no fuéramos seres humanos. Nos consideramos trabajadores migrantes porque hemos cruzado la frontera desde otro país para trabajar aquí.

Si nos hubiéramos quedado en Myanmar quizá no habríamos sobrevivido. Me alegro de vivir en Tailandia y de trabajar aquí. Aunque algunos crean que no somos personas limpias o instruidas, otros son amables y no discriminan entre tailandeses y trabajadores migrantes.

Sai Sai de pie en la carretera con su mujer, su madre y sus dos hijos. Sonríe ampliamente.

Ahora estoy casado. Aquí estoy con mi mujer, mis hijos y mi madre.

© ILO/OIT/Chalinee Thirasupa

Ahora tengo 33 años, estoy casado, y tengo una hija de 12 años y un niño de dos. Mi hija estudia en la misma escuela que los niños tailandeses. Me siento bien por ello. Estoy orgulloso de que no les segreguen. En una ocasión, al producirse un caso de acoso escolar, hablé con el profesor, que habló con todos los niños para que hicieran un esfuerzo por entenderse. Quiero que mis hijos sigan estudiando.

Mis hermanas trabajan ahora en el mismo lugar que yo. Ambas tienen familia e hijos. Al igual que yo, trabajan en el sector de la construcción. Y también mi madre. Aunque nos sentimos bien aquí, los salarios son muy bajos, así que vivimos al día. Renovar el permiso de trabajo es caro. Y nuestra vida aquí no es estable ni segura. Y nos preguntamos: ¿cuánto tiempo podremos quedarnos? Si algún día Tailandia no nos renueva el permiso, tendremos que marcharnos. Pero por ahora, si tenemos algún problema relacionado con el gobierno, nuestro permiso de trabajo y nuestro empleo, contamos con la Fundación MAP para asesorarnos.

La hija de 12 años de Sai Sai, de pie en la carretera, lleva a su hermano pequeño en la espalda. Ambos miran directamente a la cámara.

No fui a la escuela cuando vine a Tailandia. Para mí es importante que mis hijos estudien y tengan más oportunidades que yo.

© ILO/OIT/Chalinee Thirasupa

Ver más historias

Comparte esta historia