En 2020, cuando tenía 13 años, mi mundo familiar quedó patas arriba. Mis padres habían pedido un préstamo para la boda de mi hermana. Pocos meses después se desató la pandemia de COVID-19, las escuelas cerraron temporalmente, y mi padre enfermó. Tuvimos incluso que pedir dinero prestado para el tratamiento de mi padre. Debido a esto, mis padres no pudieron pagar la cuota escolar y no pude volver al cole cuando reabrieron.
Tuve que ir a trabajar con mi madre en una unidad de procesamiento de mica para añadir dinero a los ingresos.
No nos pagaban mucho. Mi madre y otros trabajadores trataron de obtener un mejor sueldo, pero no tuvieron éxito. Les pagaban 6 céntimos de dólar estadounidense por kilo. Entre mi madre y yo lográbamos ganar entre 1,5 y 3 dólares semanales. Como yo era pequeña, me pagaban menos.
En el lugar de trabajo no había nada que nos protegiera del polvo de mica, que me hacía toser y vomitar. Trabajábamos siete días a la semana. Si enfermábamos, no nos pagaban. Era un trabajo difícil.
Los supervisores de la planta nos maltrataban y humillaban. No me sentía respetada, y ni siquiera sentía que me veían como una persona. Mi madre estaba indefensa; no quería que me trataran de ese modo, pero no podía hacer nada para cambiar las cosas.
No me gustaba ir a la planta, pero no tenía alternativa. Echaba de menos estudiar y jugar con mis amigas.
El año pasado, oí hablar de un club infantil “Balmanch” entre mis amigas que habían comenzado a ir a la escuela. Yo también quería ir, pero mis padres no estaban seguros. Los que trabajaba en el Balmanch hablaron con mis padres sobre las ventajas de que fuera a la escuela en lugar de ir a trabajar. Les explicaron que cuando se empieza a trabajar desde la niñez uno queda atrapado en la pobreza, y que Balmanch podía ayudar a pagar mi educación y ayudarme a ir hacia al futuro con el que yo soñaba.
Posteriormente, Balmanch me ayudó a reinscribirme en la escuela. Recibí libros y útiles escolares a través de una beca. He vuelto a la escuela con mis amigas, y estoy feliz.
Sigo yendo a Balmanch y me encanta encontrarme con todos allí. En Balmanch me enseñaron conocimientos prácticos y mis derechos como niña, y me ayudaron a recuperar las clases que perdí.
La organización que apoya a los Balmanch también ayudó a mis padres. Les enseñaron a cultivar hortalizas para que pudieran obtener unos ingresos extra y no tuvieran que depender únicamente del trabajo con la mica. También recibieron formación sobre seguridad y algunos equipos de protección para que el trabajo de procesamiento de la mica no les enfermara.
Muchos de los alumnos de Balmanch son niñas. Cuando hay problemas en una familia, he observado que son las niñas las primeras que dejan la escuela, no los varones. Por la situación difícil en que crecieron, mi padre tuvo que dejar de estudiar a los ocho años y mi madre nunca fue a la escuela.
Mi padre ahora está mejor y ha vuelto al trabajo. Trato de ayudar a mi madre con las tareas del hogar y le estoy enseñando a escribir su nombre. Pese a que no fue a la escuela, lleva un registro de lo que se gasta en la casa y usa un teléfono móvil.
Mis padres quieren que siga estudiando y que vaya a la universidad. Mi sueño es llegar a ser policía. También quiero ir a trabajar y vivir en una ciudad grande.