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Perspectivas sobre el mundo del trabajo
Foto: ILO/OIT Fábio Ribeiro
Protección social

La COVID-19 y mi discapacidad no impedirán que siga buscando trabajo

Me llamo Linda Sarmento Manjazi y soy la segunda hija de mi madre. Nací en la aldea del Distrito 7 de Chokwe, en Mozambique. Cuando tenía dos años, me enfermé. Al parecer, se debió a la polio.

Mis padres me llevaron a un hospital en Xai-xai, en Chicumabane, pero no pudieron resolver el problema. Entonces las vacunas no eran habituales. No era como ahora, que se vacuna a los niños al nacer y luego van recibiendo dosis posteriormente, con arreglo al correspondiente calendario. Entonces no existía eso. Parece que mi situación obedece a eso. Mi principal dificultad era que quería estudiar, pero no podía caminar.

Mis padres no me llevaron a la escuela hasta que tuve 13 años. Empecé algo tarde porque ellos pensaban que no podría desplazarme hasta la escuela, puesto que caminaba de rodillas. Pero logré hacerlo. Mi hermana me levantaba, me llevaba al colegio, y volvíamos juntas.

Fue difícil acceder a la escuela secundaria porque estaba lejos. Tuve que interrumpir mis estudios durante casi cinco años, pero superé el undécimo grado, y al año siguiente el duodécimo.

En 2003, empecé a buscar trabajo, pero no encontré nada.

Logré trabajar como tutora e impartí clases en la escuela de Chauleca en 2016. También di clase a varias mujeres blancas voluntarias. No recuerdo el nombre de la organización en la que trabajaban. Les enseñé changana (idioma nativo de Mozambique), para ganar algo de dinero.

El año pasado trabajé algo con mis hermanas, pero al surgir la pandemia, el trabajo finalizó. Me sentí muy mal, y perdí las fuerzas. Por eso todo está desorganizado en mi casa. Y hoy no he podido levantarme con facilidad. Fue duro para mí asimilar que había perdido mi trabajo.

Ahora no hago nada.

Como no trabajo, no es fácil para mí ocuparme de la casa, pues debo pedir a alguien que me ayude, y debo pagarle con lo poco que tengo.

Linda Sarmento se sienta delante de su casa con sus dos hijas.

A mis hijas les gusta estudiar. La mayor me dijo que en el colegio destaca por encima de los demás. Suele sacar las mejores notas. Y hoy me ha dicho: "Mamá, he sacado un 18 en matemáticas". A veces lloro cuando me piden que les compre algo y no puedo hacerlo. Es difícil porque soy su padre y su madre al mismo tiempo.

© ILO/OIT Fábio Ribeiro

Empecé a percibir prestaciones a partir del año 2000. Ello contribuyó a mejorar mi situación. Antes dependía de mi padre, pero mi madre era la cuarta esposa de mi padre. Éramos una familia numerosa. Había unos 22 hijos del mismo padre.

La prestación del INAS (Instituto Nacional de Acción Social), pese a ser una pequeña cuantía, me permite comprar cosas necesarias, por ejemplo comida, o pagar el agua y la electricidad. Es muy útil.

Percibo del INAS 540 meticales (8,50 USD) mensuales. Esa cantidad es superior a la que percibía antes.

No hay que decir que "no es mucho". Porque la persona que la ha dado ha abierto su corazón y ha decidido darme esa cantidad.

Merece la pena aceptar esa cantidad, y luego reflexionar: "¿Qué puedo comprar con ella? ¿Qué me falta en casa?". Aunque no pueda comprar todo. Aunque procuro comprar las cosas básicas que preciso.

Linda Sarmento se sienta en el suelo fuera de su casa y repara un pinchazo en una cámara de su silla de ruedas.

Estoy acostumbrada a reparar pinchazos de las ruedas de mi silla.

© ILO/OIT Fábio Ribeiro

A veces compro un neumático para arreglar mi silla de ruedas, o una cámara de aire, y otras veces compro carbón, leña o comida, o pido a alguien que me ayude a ordenar mi casa. También utilizo el dinero para pagar la escuela de mis hijas, su matrícula, sus cuadernos...etc.

Aunque sea poco... Una cosa que se te da nunca puede ser poco.

Aunque podría ser más. Pero decir "ahh, esta cantidad no es suficiente" no está bien.

Podría decir que es poco, que esa cantidad debería ser mayor porque todo es muy caro. Y muy difícil. Comprar una bolsita de harina cuesta 350 meticales (5,50 USD). Después ya casi no queda dinero para nada.

Con la cantidad restante sólo se puede comprar aceite o repollo para 2 o 3 días, pues ahora todo es diferente. Debido a la pandemia, las cosas son muy caras y mucha gente no puede trabajar. Ellos también quieren ganar algo.

Linda Sarmento en una tienda de alimentación con un dependiente. Hay alimentos almacenados en estanterías.

Utilizo el dinero de mi prestación social para comprar comida, pero ahora todo es más caro debido a la pandemia.

© ILO/OIT Fábio Ribeiro

Cuando mis hijas sean mayores, me gustaría que consiguieran un trabajo. Quizás recibiría ayuda de ellas. Porque me hago mayor y pronto no podré hacer muchas cosas. Incluso caminar así, de rodillas, es ya un gran problema para mí.

También necesitaré comer cuando tenga más edad, y en ese caso, ¿de dónde provendrá mi alimento? Porque éste nunca cae del cielo. De éste sólo cae agua al llover, para que luego podamos quitar maleza.

Sueño con encontrar un empleo ocasional en el futuro, y si logro ahorrar dinero, habilitar algunas habitaciones para alquilarlas y ganar algo de dinero. Y si consiguiera aún más dinero, compraría productos de primera necesidad para venderlos. Ese era mi proyecto.

Aunque una persona esté discapacitada no debe quedarse de brazos cruzados. Tiene que levantarse e ir en busca de algo. Porque ese algo no vendrá a buscarle a ella.

Linda Sarmento ManjaziSolicitante de empleo

Quedarse sin hacer nada es como morir. Vale la pena mantenerse activa para tener algo. Porque quedarse sin hacer nada es, en efecto, como morir.

Soy valiente. Tengo determinación. Y paciencia. Sí, ¡valiente, paciente y social! Me levantaré y haré lo que tenga que hacer, para tener más fuerza para trabajar y mantener a mis dos hijas.

Aunque una persona esté discapacitada no debe quedarse de brazos cruzados. Tiene que levantarse e ir en busca de algo. Porque ese algo no vendrá a buscarle a ella. En la vida hay que tener esperanza, porque nada se obtiene de inmediato. Todo requiere su tiempo.

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