Vinimos de Venezuela a Colombia en 2021 porque nuestra situación económica se volvió demasiado difícil. Me había formado como gestora de impuestos, pero acabé dirigiendo un comedor escolar para 350 niños y niñas. La situación era muy dura y caí en una depresión.
Mi marido es electricista y trabajaba para una empresa privada. Un día le dije que me iba a ir a Colombia. Al principio se negó y dijo: “Moriré en mi país”. Así que le dije que emigraría sola porque quería un futuro mejor para mis hijos. Entonces, un día, cuando había terminado un contrato y le habían pagado, llegó a casa y dijo: “Tenemos este dinero. ¿Nos quedamos o nos vamos?”. Le dije: “¡Nos vamos!”.
Cuando emigré, sinceramente no sabía que tenía derecho a prestaciones de protección social, como la atención de salud o una jubilación. Como era extranjera, simplemente recé para no tener otra crisis de hipertensión como las anteriores. Estaba convencida de que moriría si eso ocurría.
Durante un año vivimos en Cúcuta, al otro lado de la frontera con Colombia. Mi marido encontró trabajo en la construcción y yo de ayudante de cocina. Entonces, una noche tuve una crisis de hipertensión y mi marido tuvo que quedarse en casa sin ir a trabajar mientras yo me recuperaba. Al día siguiente lo despidieron.
Decidimos trasladarnos a la ciudad de Cali, también en Colombia. Yo me fui primero con mi hijo mayor. Allí tenía un primo que nos dijo que podíamos quedarnos con él un par de semanas mientras nos acomodábamos.
Llegué a la terminal de autobuses a medianoche. No dormí ni comí. A las 7 de la mañana salí a la calle en busca de trabajo. Tras muchos días de búsqueda, encontré un puesto de ayudante de cocina en un restaurante vegetariano. No había contrato escrito, sólo un acuerdo verbal. Me pagaban 10 dólares al día. Sólo duré dos meses, porque mi jefe me pedía que hiciera mucho más de lo acordado. Estaba muy disgustada. Le dije a mi compañera: “Pronto nos pedirá que lavemos la ropa interior del chef”.
Poco después me enteré de que en un sitio web podía solicitar un permiso de residencia temporal. Lo hice y me llamaron para hacerme los datos biométricos. Dos meses después, me dieron el documento nacional de identidad. Hice el mismo proceso con toda mi familia y, gracias a Dios, ahora todos estamos registrados oficialmente como residentes en Colombia.
Entonces decidí que lo mejor para mí sería trabajar de forma independiente, como hacían mis padres. Cuando tenía 13 años, mi padre montó un negocio de refrescos en la plaza principal donde vivíamos en Venezuela y yo le ayudaba. También ayudaba a mi madre con su negocio de venta de empanadas.
Monté un negocio llamado “Yayi's snacks”, de venta de postres. Yo preparaba postres en Venezuela y, cuando trabajaba en la escuela, siempre los hacía cuando había una celebración de cumpleaños.
Me encanta tener mi propio negocio. Aún no cubro todos mis gastos, pero es estupendo poder contribuir a la educación de mis hijos. Vendo a la gente de mi barrio y también he empezado a recibir contratos para eventos. Ahora estoy en un programa de formación en el que aprendo todos los aspectos administrativos de un negocio. Sé que voy a conseguir todo lo que he soñado.
Me encanta servir a los demás. Creo que hay un Dios que lo vigila todo. Aunque yo no reciba nada a cambio aquí en la Tierra, sé que Dios me lo compensará, y lo hará a través de mis tres hijos.
Quería hacer algo por otros inmigrantes venezolanos como yo. Me uní a un grupo de Whatsapp para la comunidad venezolana y descubrí una organización no gubernamental llamada “Fundación Unidos Colombianos y Venezolanos” o Funcolven, que ayuda a la comunidad migrante venezolana. Solicité ser voluntaria y aún hoy sigo allí.
A través de Funcolven participé en varios cursos de formación, entre ellos uno financiado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), “Escuela del Ave Migrante por la Protección Social”. La experiencia me llenó el alma. Aprendí tantas cosas que antes no sabía. Aprendí sobre la campaña “Los derechos también migran”. Me enseñaron mis derechos como trabajadora migrante, incluido el derecho a la protección social, como la jubilación y la asistencia sanitaria. Nos dieron una carpeta con material y folletos. Ahora soy portavoz de la escuela.
Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue hablar con mi marido sobre los diversos riesgos que corría en su nuevo trabajo como camionero. Le informé de sus derechos y de lo que sus empleadores debían cubrir en el contrato. Él no sabía nada de esto y estaba ansioso por saber más. Le expliqué que si estaba de viaje y tenía un accidente, sus empleadores tenían que cubrir los gastos médicos. Ahora soy la persona de referencia para él y sus compañeros. Si pasa algo, acuden a mí en busca de consejo.
También participo en un proyecto de radio llamado “Voces viajeras” para inmigrantes venezolanos en Colombia. Después de la formación estaba muy entusiasmada. Conté a mis compañeros de trabajo lo que había aprendido y propuse entrevistar en el programa al director del proyecto de la OIT en Colombia. Me dije: “si otros pueden hacerlo, ¿por qué no puedo hacerlo yo también, y hacerlo bien?”. Me dieron luz verde e hice la entrevista. Fue un momento muy significativo para mí.
Me encanta salir a hacer campaña. Me acerco a la gente y le digo: “¿Sabes que los derechos también migran?”. Les explico que la protección social es un derecho, independientemente del país del que seamos. Nuestros derechos son nuestros y nadie nos los puede quitar.
Les aconsejo que se aseguren de estar inscritos en la protección social, aunque no sepan si van a quedarse mucho tiempo en este país. Puede ser un salvavidas.
Nunca se sabe cuándo puedes enfermar. Puedes estar perfectamente bien hoy y no estarlo tan bien mañana y, si no te has inscrito, será más difícil que tengas acceso a tus derechos.
La gente con la que hablo se pone contenta al enterarse porque no tiene ni idea de esto.
Aprender que tenemos derechos como trabajadores me ha cambiado la vida. Me siento capacitada con estos conocimientos. Ahora puedo regalar esta información a otras personas que, a su vez, la compartirán con su comunidad. Con el tiempo, toda la comunidad tendrá también estos conocimientos.