Antes de darme cuenta de que era seropositiva, no sabía que mi marido también era portador del virus. Siempre se ponía enfermo. Pensábamos que se trataba de malaria o de un simple resfriado. Por entonces no sabíamos nada del VIH. Falleció en 2005. Varios años después, yo también empecé a enfermar. Padecía dolores de estómago y de cabeza. Cuando uno de mis hijos también murió de VIH/SIDA, decidí ir a hacerme una prueba a la clínica.
No es fácil ser seropositiva tras perder a un marido. Mi familia se reía de mí, diciendo que mi marido me había dejado sin nada y que era merecedora de ello por haber tenido tantos hijos año tras año. Lo pasé muy mal y me preocupaba cómo iba a mantener a mis hijos.
Mi madre falleció poco después y me dejó su casita. Antes de fallecer me dijo que tendría que luchar por mi propio futuro. Su casa es lo que me ayudó a sobrevivir. Alquilé una habitación y empecé a vender ropa de segunda mano y carbón. Aquí en nuestro país no se puede vivir sin carbón. Todo el mundo lo utiliza.
Un amigo me informó de la posibilidad de colaborar como voluntaria en la clínica médica local para promover la salud infantil, en el marco de un programa dirigido por la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional (JICA) y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). La clínica me proporcionó ayuda económica.
En ella conocí a otras mujeres que habían perdido a sus maridos por el mismo virus. La clínica nos alentó a constituir un grupo de apoyo denominado Musayope, que significa "no temas". Posteriormente, la hermana responsable de la clínica propuso que creáramos grupos de apoyo en nuestras propias comunidades para convencer a más personas de que se adhirieran y ayudarlas a superar el estigma que provoca el VIH.
Por entonces, la gente afirmaba que los seropositivos no debían compartir tazas ni cucharas. Pensaban que el virus se transmitía al compartir una manta o comer la misma comida. Me di cuenta de que no quería que otras personas de mi comunidad pasaran por lo mismo que yo.
He creado un grupo de apoyo comunitario denominado Twafwilishanye, que significa "ayudémonos mutuamente". Reunimos a personas y les alentamos a que se hagan una prueba antes de que se sientan mal. Es mejor hacerlo lo antes posible y tomar de inmediato medicación antirretrovírica. Nos concienciamos mutuamente de que aunque estemos enfermos, ello no es nuestro fin.
He pasado a ser un ejemplo para ellos, habida cuenta de cómo era antes y después de que me diagnosticaran la enfermedad y de que empezara a tomar la medicación. Ahora ven que estoy sana, que trabajo, que como. Puedo llevar a mis hijos al colegio. Por eso vienen a recabar apoyo. La gente dice: "Ah, tú puedes ser como Regina, que es capaz de hacerlo todo sola".
Al comenzar hace más de 15 años, el grupo Twafwilishanye contaba con 10 miembros. Ahora somos de 40 a 50 miembros. Al reunirnos y compartir ideas o problemas se nota la diferencia. Nos animamos mutuamente a tomar la medicación de forma oportuna.
También efectuamos pequeñas aportaciones económicas al grupo para ayudarnos mutuamente en caso de necesidad. Recientemente, cuando uno de nuestros miembros se puso enfermo y tuvo que ingresar en el hospital, nos hicimos cargo de sus gastos de transporte y proporcionamos comida
Al producirse la pandemia de COVID-19, mi negocio se vio gravemente afectado, al igual que el de las demás personas.
Posteriormente, varias personas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) visitaron nuestro grupo comunitario y nos dijeron que iban a ayudarnos. Nos proporcionaron fondos a través de la Red de portadores del VIH/SIDA en Zambia para impulsar nuestro negocio. Tres miembros del grupo recibimos formación empresarial, y compartimos los conocimientos adquiridos con otros miembros. Aprendimos a dirigir una empresa, así como a elaborar presupuestos y ampliar nuestros negocios.
Los fondos me permitieron comprar más ropa de segunda mano y carbón vegetal y empecé a vender harina de maíz. Logré un pasaporte y fui a Botsuana a comprar mantas de calidad, que vendí a una pensión local, y posteriormente viajé a Sudáfrica a comprar uniformes escolares para revenderlos. Luego, cuando tuve más dinero, decidí abrir una peluquería. Siempre he tenido un espíritu emprendedor y busco en todo momento nuevas oportunidades. ¡Creo que lo heredé de mi padre, que también era empresario!
Recientemente, la OIT me invitó a formarme para ser promotora comunitaria para ayudar a asesorar sobre el VIH a personas de lugares de trabajo formales e informales. También distribuyo dispositivos de autodiagnóstico del VIH.
Mi objetivo es convencer a los demás de que se hagan las pruebas necesarias. Les digo que los resultados de la prueba permiten saber a qué atenerse y determinar las medidas que deben tomarse. Lo importante es compartir esa información y posteriormente escuchar.
Como hago en el marco del grupo de apoyo, me pongo a mí misma como ejemplo. Por ejemplo, la gente cree que no se puede tomar medicación antirretrovírica y viajar. Pero yo les demuestro que es posible. Llevo conmigo suministros adicionales, siempre tomo el tratamiento a la hora prevista, y eso me ha fortalecido. Mi cutis es incluso suave: ¡la gente no cree que tengo 60 años!
Si tienes una situación económica mala, por lo general la gente no te respeta. Ser seropositiva empeora las cosas. Mi propia experiencia me ha permitido constatar que tener ingresos y dirigir un negocio con éxito hacen que la gente te muestre más respeto y reduce el estigma y la discriminación que provoca el VIH.
Estoy orgullosa de lo que he logrado y de contribuir en mi comunidad a apoyar a las personas seropositivas. En el futuro, espero abrir un orfanato para niños seropositivos que sigan un tratamiento antirretrovírico.