Me llamo Mariam Kobalia, soy de Georgia y tengo 25 años. Siempre quise tener algo propio, crear algo por mí misma.
Hace poco abrí una floristería, “Las flores de Marí”. También tengo dos invernaderos donde cultivo flores y estoy haciendo cursos universitarios en línea de administración pública.
Empecé todo esto a los 22 años. Estaba casada y tenía una bebé. Vivíamos en casa de mis padres. Tenía una vida ordinaria.
Entonces, por casualidad, una amiga me habló de un curso de formación para mujeres en Anaklia. Así fue como fui a dar a la formación organizada por USAID, la Women's Empowerment Foundation y la Fundación TASO.
Nos pidieron que presentáramos un proyecto agrícola. Yo opté por las flores porque era joven y pensé que podría hacer algo con ellas. Cuando se redacta una propuesta de proyecto, es preciso calcularlo todo y pensarlo bien. Ya tenía una estructura metálica para un invernadero en casa, gracias a lo cual necesitaría menos dinero para ponerlo en funcionamiento, y esto jugó a mi favor.Con esta primera propuesta de proyecto recibí una pequeña subvención y compré las láminas de plástico para cubrir el invernadero.
Después del primer curso de formación quise participar en otros. Entré en una escuela para jóvenes empresarios y conseguí más financiación; me sirvió para comprar plantines, un sistema de riego por goteo y otros suministros. Eso fue en 2019.
Recuerdo que planté mis primeras flores a finales de marzo y en julio ya tenía rosas.
Al principio fue muy difícil y problemático, porque no tenía experiencia en trabajar en un invernadero tan grande y en el cultivo de rosas, unas flores que tienen muchas enfermedades que hay que tratar. Además, no sabía cómo ponerles precio. Poco a poco conocí a gente que tenía invernaderos. Luego empecé a ir a las floristerías y con la práctica fui adquiriendo conocimientos.
Empecé a vender rosas desde casa y a abastecer el mercado y las tiendas de Zugdidi, una ciudad cercana.
Al mismo tiempo, asistí a cursos de formación organizados por diferentes organizaciones y desarrollé mis competencias empresariales. Estar orientada a los objetivos fue la clave y me ayudó a establecer contactos con gente.
Cursé una formación de la OIT “Inicie y mejore su negocio”. Antes de estas formaciones no tenía ningún conocimiento sobre el aspecto comercial del negocio, y era lo más importante que tenía que aprender. Nos enseñaron los fundamentos de la mercadotecnia y la publicidad. También nos formaron en contabilidad y fijación de precios, en cómo gestionar nuestras finanzas y en cómo producir.
Siempre estaba alerta y trataba de estar atenta a las convocatorias para la concesión de subvenciones. La última subvención para un proyecto que recibí fue el resultado de un trabajo excepcionalmente duro. Pasé por muchas etapas, también fue muy difícil presentar propuestas de proyectos y, sobre todo, había mucha competencia.
El proyecto consistía en un invernadero para gypsophila. Debía ser innovador: la flor de la gypsophila es realmente rara en Georgia, se importa de Turquía y de los Países Bajos, y yo escribí en el proyecto que haría un invernadero de gypsophila. Había que calcularlo todo, cuánto beneficio generaría, qué tipo de cuidados necesitaría, etc.
Y cuando sólo se seleccionaron cuatro proyectos de entre 27 participantes muy fuertes, y me encontré entre esos cuatro, fue como tocar el cielo con las manos.Nunca olvidaré ese día.
Tener dos invernaderos creó muchas más oportunidades. Yo veía que el negocio estaba volviéndose rentable. Pero entonces la pandemia de COVID-19 nos golpeó. El mercado se cerró y fue muy duro para nosotros.
Como no había tiendas, la gente venía a mi casa a comprar flores. Necesitaban flores para los funerales o para los cumpleaños. Tuve que aprender a envolver un ramo de flores. Le pedí a una mujer que tiene una floristería en Zugdidi que me enseñara. Cuando empecé a envolver empecé a pensar en tener mi propia tienda.
Cuando decidí abrir la tienda, un gran reto que tuve que superar fue el temor al fracaso. No tenía un préstamo bancario y lo hice todo con el dinero que me quedaba; aun así estaba nerviosa. Uno se preocupa por que sea un éxito. En primer lugar, uno no quiere sufrir una decepción, y desea estar a la altura de las expectativas de su familia y otras personas que han ayudado.
Hasta ahora ha sido un negocio familiar. Sobre todo, es mi padre quien me ayuda. Por la mañana corto las flores en el invernadero, y cuando estoy en la tienda, mi padre se ocupa de los invernaderos. Mi madre también nos ayuda con el corte, y mi marido ayuda con el reparto.
Todo el tiempo libre que tengo lo paso con mi hija, que ahora tiene cuatro años. Ahora, por ejemplo, en verano, mi marido y yo llevamos a nuestra niña al mar después de las 20 horas y vemos juntos la puesta de sol.
En un buen día nuestros ingresos por ventas son de entre 160 y 200 dólares. Vendo mis rosas y también flores de otros invernaderos locales. Tengo muchos pedidos en línea. Ahora, por ejemplo, tengo que preparar 300 rosas para una fiesta de compromiso.
Es muy difícil para una mujer abrir un negocio en Georgia. Nunca me imaginé que tendría mi propia tienda y dos invernaderos a los 25 años, pero lo conseguí con mucho trabajo, determinación y apoyo familiar. Mi familia me animaba: ¿has fracasado? No te rindas, ten paciencia.
Ahora que tengo mi propio negocio, soy mi propia jefa. Sí, hay más trabajo, pero lo disfruto. Mi negocio genera unos buenos ingresos, mi familia lo percibe así y es feliz.
Estoy pensando en montar otros dos invernaderos en un futuro próximo.Dentro de cinco años quiero emplear a un vendedor en la tienda y tener otras tiendas en Zugdidi.Y quiero tener tiendas de marca. Quiero que “Las flores de María” se convierta en una marca famosa.