Me llamo Angelique Kahindo. Tengo 31 años y soy madre de seis hijos. Mi vida dio un vuelco radical cuando en 2009 mi esposo fue asesinado en la guerra civil del Congo. Pocas horas después abandonamos nuestro hogar.
Junto a otros supervivientes, caminamos a través de las traicioneras selvas del Congo. Muchas personas murieron de enfermedades y otras se perdieron en el camino y nunca regresaron. No me separé nunca de mis hijos hasta que llegamos al asentamiento de refugiados Nakivale, en el sur de Uganda.
Cuando llegamos, nos proporcionaron comida y apoyo básico, pero como éramos tantos los que llegamos del Congo al mismo tiempo, nos tocaba muy poco.
Huimos del Congo con tan solo lo que podíamos cargar en nuestras espaldas. Nuestro ganado, pertenencias, todo lo dejamos atrás.
No sabía cómo ganar dinero o buscar trabajo, y las raciones que recibíamos alcanzaban para preparar una sola comida al día.
Con el paso del tiempo, comencé a cultivar vegetales en el huerto de la comunidad, pero eso significaba que no podía dedicar a mis hijos la atención que necesitaban, y ellos abandonaron la escuela.
Entonces, un día de febrero del año pasado, vi a otros refugiados inscribiéndose en un proyecto de empleo. Cuando pregunté si podía inscribirme, me pidieron que hiciera una prueba de habilidades. Expliqué que estaba interesada en aprender a ser sastre. Había visto otras mujeres como yo usando sus máquinas de coser y aplicando su talento para mantener a toda la familia. En el asentamiento de refugiados también organizaban cursos de sastrería, pero no tenía dinero para pagar la cuota.
Fue un momento tan feliz cuando me dijeron que había sido seleccionada como aprendiz para una formación en prácticas.
Durante seis meses, recibí formación como sastre con un artesano local. Allí aprendí y perfeccione todas las técnicas básicas de diseño, corte, cosido y reparación.
Trabajar en una empresa me ofreció la oportunidad de practicar y aprender sobre contabilidad, servicio al cliente, mercadeo y preparación de presupuestos. Al finalizar los seis meses, me sentí preparada para iniciar mi propio negocio.
Junté toda mi valentía y compré una máquina de coser a una tasa subsidiada, que podía pagar en cuotas mensuales. El paso siguiente era encontrar un lugar donde establecer mi negocio. Busqué en todas partes y encontré un buen espacio en una zona concurrida donde no había otros sastres.
Mi formación y la inversión dieron sus frutos, ya que muy pronto los clientes se dieron cuenta que mis habilidades eran superiores a las muchos otros sastres recién formados. Soy creativa y comprometida a satisfacer las exigencias de los clientes. Poco a poco, gracias a las recomendaciones de los clientes, recibí más y más pedidos.
Durante los primeros 12 años en el asentamiento de refugiados en Uganda, sobreviví sin un ingreso real, hoy día gano 80 dólares al mes.
Ahora puedo pensar más allá de la supervivencia y finalmente siento que comienzo a recuperarme de todas las adversidades y pérdidas que hemos sufrido. Comemos alimentos nutritivos todos los días, puedo ocuparme de la educación de mis hijos y todo esto es financiado con el dinero producto de mi arduo trabajo.