Desde que era niña supe que quería seguir los pasos de mi madre y dedicarme a la confección. Pero no me imaginaba lo lejos que me llevaría ese viaje. En la actualidad, mi empresa emplea a centeneres de mujeres. Las recientes mejoras en cuanto a productividad, seguridad laboral y políticas sociales han propiciado un entorno de trabajo que beneficia tanto a nuestro personal como a nuestros clientes.
Cuando tenía unos seis años, mi madre montó un pequeño taller en casa para confeccionar prendas que vendía a grandes almacenes locales.
Aunque el taller era pequeño, otras mujeres trabajaban allí con mi madre. Eran como tías mías. Algunas me llevaban a la escuela o me recogían en ella. Comíamos juntas. Hacíamos todo juntas. Éramos como una gran familia. Esa fue mi primera experiencia en el sector de la confección.
Por entonces, me levantaba todas las mañanas e iba a trabajar al taller. Me ponía detrás de la máquina de confección industrial e intentaba coser, y cada varios meses acababa con una aguja clavada en el dedo y tenía que ir al hospital.
Mi madre decía a los demás trabajadores: "no la dejéis entrar en el taller". Pero siempre conseguía entrar de alguna manera.
Tenía algo más de veinte años cuando empecé a confeccionar prendas por mí misma. Los clientes venían con sus tejidos y yo diseñaba y confeccionaba prendas a medida. Todo se hacía a medida.
Lo hice durante cuatro o cinco años, antes de que algunos clientes me propusieran producir a mayor escala. Posteriormente, unos clientes expatriados me pidieron que asistiera a una feria en Estados Unidos.
Era como escalar la montaña más alta del mundo. Pero no era imposible
Por entonces formaba parte de la Asociación de Mujeres Empresarias de Ghana y me ayudaron a lograr financiación. Así que adopté una valiente decisión y acudí a la feria.
Durante la feria, una clienta vino a mi stand y me dijo: "Me encanta este vestido, pero necesito 100 unidades". No estaba preparada. Me sorprendió que alguien me pidiera 100 vestidos.
En la cabina contigua había una señora de Tailandia. Le conté lo de la inusual petición. Me contestó: "¿Qué creías que venías a hacer aquí?". Luego se ofreció a ayudarme para cumplir el pedido.
Fui con ella a Tailandia. Allí vi muchas fábricas pequeñas, y cada una realizaba una única tarea. Una fábrica sólo hacía cuellos y otra sólo mangas. En la última fábrica, unían todas las piezas y empaquetaban los productos. Todo estaba muy ordenado.
Pensé: "Las mujeres de esas fábricas son como yo, ¿por qué no podemos hacer lo mismo en Ghana?". No poseíamos los conocimientos técnicos, pero sabía que podríamos adquirirlos. Así fue como comencé la producción al por mayor.
Al regresar de mi viaje a Tailandia decidí aplicar lo que había aprendido para dar trabajo a personas de Ghana. Empecé a aumentar la producción y con el dinero que gané compré más máquinas.
Ahora tenemos capacidad para producir miles de artículos. A pleno rendimiento, contamos con más de 400 trabajadores en la fábrica. Y si recibimos un gran pedido, esa cantidad puede duplicarse.
Más del 90% de mi personal son mujeres. En su mayoría, trabajan para alimentar a sus hijos y, en algunos casos, también a sus maridos y padres. Ello pone de manifiesto los efectos favorables de lo que se hace. Personalmente, aprecio el valor que tiene invertir en la mujer.
El esfuerzo por formar a mujeres fomenta la lealtad y el compromiso. Cuando las trabajadoras ven que te preocupas por ellas, se quedan a tu lado, aun en momentos difíciles. Tenemos problemas específicos, y al ser mujer, los entiendo.
Hace varios años me enteré de que la Organización Internacional del Trabajo había puesto en marcha un programa en el que se colaboraba directamente con las empresas del sector de la confección, a fin de facilitar la transferencia de conocimientos y promover la salud y la seguridad en el lugar de trabajo y las políticas sociales.
En el marco de ese programa, varios expertos vinieron a mi fábrica para ayudar a formar a nuestro personal. Eso nos ayudó a ser más competitivos. Hemos aprendido muchas cosas, en particular actividades de ingeniería industrial sobre patrones textiles. Posteriormente hemos invertido en computadores para digitalizar nuestros patrones y ser más eficientes.
También hemos empezado a aprovechar telas sobrantes que normalmente habríamos desechado. Ahora las transformamos en productos que podemos vender, como lazos para el cabello o bolsitas.
El programa de la OIT nos ha permitido introducir muchas mejoras. Pese a que algunas han sido costosas, los cambios nos han facilitado el acceso al mercado. Los clientes nos toman en serio al conocer las normas que aplicamos.
Tenemos salida de incendios y espacios y pasillos claramente señalizados que no deben bloquearse, con objeto de que los trabajadores puedan salir sin peligro si se produce algún problema. Los trabajadores tienen acceso a agua potable y a lavabos
Nuestra normativa social conlleva que, aunque contratemos a alguien por un día, esa persona deba estar documentada. Comprobamos todos los documentos de identidad de los trabajadores para asegurarnos de que su edad se ajusta a la normativa internacional.
En la fábrica, las horas extraordinarias son voluntarias, y todo está documentado y digitalizado. Los trabajadores fichan con huellas dactilares o mediante detección ocular para evitar controversias.
Al principio, algunos miembros del personal encontraban el papeleo muy tedioso, pero ahora entienden por qué lo hacemos. Todo está claro y todo el mundo está satisfecho.
Por otro lado, hemos creado un Comité de Empresa que celebra reuniones periódicas. Si hay alguna queja, se transmite a la dirección. Y si existe un plazo ajustado para un pedido, lo debatimos en el Comité para determinar cómo puede cumplirse. Ha mejorado mucho la relación entre la dirección y los trabajadores.
Al fin y al cabo, la mejora de las condiciones laborales beneficia a la propia empresa. Los trabajadores ven que la empresa se preocupa por ellos, de ahí que ellos también se comprometan con el desarrollo de la empresa.
Ha sido muy gratificante llegar hasta aquí. Para mí, los momentos más duros han sido cuando hemos tenido que despedir a algún trabajador. Esa es mi pesadilla, y me impulsa constantemente a trabajar más.
A veces me pregunto cómo he llegado hasta aquí. No esperaba lograrlo. Me lancé directamente. Siempre supe que eso era lo que quería hacer.